En un escenario que refleja la falta de renovación en la élite política de Guinea Ecuatorial, los nombres de Fortunato Ofa Mbo y Eucario Bacale Angue han emergido como los principales candidatos para dirigir el Banco Nacional de Guinea Ecuatorial, según fuentes cercanas a la presidencia. Ambos hombres, profundamente ligados al régimen y con trayectorias que distan de ser ejemplares, representan la continuidad de un sistema donde la mediocridad y la corrupción son la norma.
Fortunato Ofa Mbo, señalado como favorito, trae consigo el lastre de una gestión catastrófica en el Ministerio de Hacienda. Su paso por el Banco de Desarrollo de los Estados del África Central es presentado como un mérito, pero su historial en la administración de los recursos del Estado es, en el mejor de los casos, desastroso. Bajo su mando, el país experimentó un deterioro económico notable, y su fracaso en reflotar la aerolínea nacional Ceiba subraya su incapacidad para liderar una institución clave como el Banco Nacional. Es evidente que su posible nombramiento no responde a méritos, sino a la perpetuación de un círculo de poder que beneficia a los mismos de siempre.
Eucario Bacale Angue, por su parte, tampoco ofrece garantías de un cambio positivo. Su gestión en el Ministerio de la Función Pública fue un claro ejemplo de ineficacia y falta de visión, donde las reformas necesarias nunca vieron la luz. A pesar de ello, cuenta con el respaldo de figuras poderosas dentro del PDGE, como su suegro Fidel Marcos Meñe Nkogo y Rosendo Otogo Meñana, lo que refuerza la impresión de que su candidatura es más política que basada en su competencia.
Además de Ofa Mbo y Bacale Angue, nombres como Ángel Masie Mibuy también circulan en la quiniela. Sin embargo, la inclusión de estos exministros sugiere que el nuevo director del Banco Nacional será, en el mejor de los casos, otro rostro reciclado de la misma maquinaria gubernamental, incapaz de impulsar las reformas que la institución necesita desesperadamente.
Pero quizás lo más preocupante es que, independientemente de quién asuma el cargo, el Banco Nacional de Guinea Ecuatorial continuará siendo una marioneta del régimen. El nuevo director no encontrará información comprometedora sobre los Obiang, pues han tenido tiempo suficiente para retirar cualquier documento clave. La verdadera gestión del banco seguirá en manos de Manuel Nsue y su sobrino Jacinto, quienes manejarán la institución desde las sombras, a través de sus empresas que controlan la red interna del banco.
En resumen, la lucha por el control del Banco Nacional no es más que una disputa por quién será el próximo guardián de un sistema corrupto y opaco. El cambio que se avecina es meramente superficial, una maniobra destinada a mantener el status quo en una institución que debería ser un pilar de la economía, pero que ha sido degradada a una herramienta más de poder de la familia Obiang.