Por: Javier Fernando Miranda Prieto
Las manifestaciones diarias contra un tercer mandato del presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, se reanudaron desde el pasado día sábado. Los manifestantes, en su gran mayoría jóvenes, se han plantado firmemente ante la dictadura, no solo para exigir la anulación de la inscripción de Nkurunziza, como candidato para las presidenciales de este año, sino que en un amplio manifiesto, reivindican la plena libertad de información y expresión en el país; el excarcelamiento de los líderes de las protestas pro-democracia; el restablecimiento de las licencias y permisos de transmisión de una docena de medios de comunicación audiovisuales (emisoras de radio y canales de televisión) que fueron cerrados, saqueados y sus periodistas detenidos, días después de la llegada del dictador a Burundi.
Pero el plato fuerte de estas protestas, son las diarias y multitudinarias manifestaciones de repudio contra el régimen, que han puesto en sobresalto a las fuerzas de seguridad. Asimismo, el alcalde de Bujumbura, Saïdi Juma, un burócrata impuesto por el dictador para administrar la capital, también ha advertido a los Burundeses, que cualquier acto violento o desmanes provocados durante las marchas, los manifestantes serán tratados como golpistas, pero estas amenazas han encendido aun más la rabia y el desprecio hacia la dictadura.
Un tenso careo entre los propios militares se dio ayer lunes 18 de mayo, en el barrio de Musaga en la capital Bujumbura Ese día una escena de lo más surrealista ocurrió en ese distrito de la capital. Soldados miembros de las brigadas anti-motines, en postura de guerra, con cascos de combate y chalecos anti-balas, comenzaron a dispersar desproporcional y brutalmente a los manifestantes a tiro de fusiles, produciéndose una estampida entre los manifestantes. En esos momentos aparecieron otros soldados, quienes se interpusieron en seguida, ordenándoles a las brigadas anti-motines, parar el fuego contra la muchedumbre. Mientras la tensión subía muy rápidamente, ambos grupos armados se apuntaron fijamente con el dedo sobre el gatillo. Hizo falta la intervención del jefe del Estado Mayor del ejército burundés, para apaciguar la situación y devolver la calma.
Este incidente, sobrevenido apenas cuatro días después del develamiento de la tentativa de golpe de Estado contra el presidente Nkurunziza, es un signo de la evidente división que todavía persiste en el seno de los cuerpos de defensa de Burundi. Esta fractura del ejército, hace más vulnerable el régimen sobre el cual quiere erigir su gobierno el dictador burundés, ya que en la práctica, un sector de las Fuerzas Armadas es su único sustento político. Al margen de pequeños grupos políticos, que giran alrededor del gobierno, Nkurunziza quiere hacer del ejército su partido político, pero para mala suerte del dictador, eso no lo va poder lograr.