Guinea Ecuatorial es un Estado laico o aconfesional –separado o independiente de la Iglesia –, con libertad religiosa consagrada en el Artículo 13, f) de la Ley Fundamental: “Todo ciudadano goza de los siguientes derechos y libertades: f) A la libertad de religión y culto”. Hasta aquí todo normalísmo. En cambio, no lo es también el uso que se está haciendo de esta libertad en todo el ámbito nacional, en especial, en las dos ciudades más importantes demográfica y económicamente, Malabo y Bata. El crecimiento demográfico como consecuencia del desarrollo económico en ambas urbes, ha ido acompañado simultáneamente de la aparición de nuevas sectas, en el sentido más peyorativo de este tipo de organizaciones, en todos los rincones de las mismas, hasta superar con creces el número de colegios que tienen.
Contrariamente al sentido común y a la buena gestión, lo más habitual es que se instale más de una secta en cada nuevo barrio que se construye en Malabo o Bata, antes que sea construido en ellos ningún colegio o centro sanitario. De hecho, en esos nuevos barrios –Buena Esperanza, Santa María I,II, III, San Valentín, etc. – no existen todavía colegios, y si hay alguno, será privado, por no hablar de ningún consultorio público. Las autoridades parecen dar mucha mayor prioridad al establecimiento de Comisarías de Policía (que también son importantes) que a la dotación simultánea a los habitantes de esos lugares de escuelas y centros de salud.
Lo molestoso no es la existencia en sí de esas sectas, sino sus prácticas fraudulentas, muchas de ellas, manifiestamente ilegales. Las hay que se atribuyen capacidades milagrosas de curar cualquier tipo de enfermedad siempre que el paciente tenga fe en ellos, a cambio de mucho dinero o especies. El desastroso sistema sanitario ecuatoguineano y la ausencia misma de centros de salud en las periferias, así como el bajo poder adquisito de la inmensa mayoría de la población, evidentemente, aumentan el número de creyentes en las sectas, y el de ellas por esta manera fácil de hacer caja. A modo de comprobación, observen en cualquier domingo cómo muchísma gente va a esas iglesias y no a la Catedral. Para convencer a los ingenuos, sus sacerdotes mandan a sus pacientes dormir incluso dentro de sus templos o aportar algún objeto de valor. Son auténticos comerciantes.
Algunas personalidades de dudosa probidad se han sumado a la colaboración o reforzamiento de las sectas en el País, como señal de penitencia por sus supuestas violaciones graves a los Derechos Humanos. Se dice, en este sentido, que Jaime Obama Owono Nchama, General, es Obispo de una de ellas; Cayo Ondo Mba Angué, otro General, tendría también algún importante cargo en otra. El mismo Estado de Guinea Ecuatorial, creyendo en la brujería, condenando por sentencia judicial a unos ciudadanos por presuntas prácticas brujeriles, estaría asimismo potenciando a las sectas, que rivalizan su capacidad de recaudación con los hechiceros y brujos. De este modo, no sería sorprendente que alguien sea acusado de un grave delito, revelado por una secta alegando sus poderes de adivino. Como el Estado le va a hacer caso y habrá pago, pues otra secta inventrá algo similar. La aconfesionalidad del Estado estaría deslizando hacia una confesionalidad disfrazada.
Tenemos la sensación de que en esta misma línea de las sectas de cazar creyentes en momentos de especial dificultad, se sitúa quien se identifica como Nguema Ecoro, autor del comentario “El Gobierno de Guinea Ecuatorial perderá su autoridad sobre nuestra nación”, invocando el origen divino del poder e invitando a todos a la oración para resolver el problema político en Guinea Ecuatorial.
En absoluto, muy señor nuestro. El poder político no viene de Dios sino del Pueblo, que es el titular de la Sobernía. Y de lo que se trata con el Diálogo Político Nacional no es de la salvación divina, sino de la necesidad de que el Pueblo ecuatoguineano pueda ejercer su Soberanía mediante la participación en los asuntos que le concierne –sus asuntos internos–, empezando por elegir a sus representantes en condiciones de igualdad, libertad y seguridad; exigirles responsabilidad, darles el debido reconocimiento o castigo a través de su voto en el marco de unas reglas previamente consensuadas por todos los actores políticos, y aprobadas por ese mismo Pueblo por referéndum, lejos de toda intervención divina.
Llamar a la oración para abordar un problema político es tanto como intentar considerar a Guinea Ecuatorial un Estado confesional, cuando no lo es. Más peligroso todavía es afirmar que “toda autoridad viene de Dios”. Es regresar a la Edad Media donde el origen divino del poder fue el principio en el que se sustentaban las monarquía absolutas, caracterizadas por la concentración de poderes en el rey, la superiodad de éste frente a la Ley y el no sometimiento a la misma, o la infinidad de privilegios que tenía. O sea, la justificación de su inamovilidad.
Si está demostrado a lo largo de la construcción del Estado de Derecho que esta teoría no fue buena, ¿lo va a ser ahora por su predicación para captar adeptos, como parece ser?
El Observador
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