Por: Javier Fernando Miranda Prieto
Dios los crea y ellos se juntan. En una visita oficial a la República del Congo, el presidente de Togo Faure Gnassingbé y su homologo congoleño Denis Sassoa Nguesso, expresaron su repudio al intento de golpe de Estado, producido esta semana en Burundi. “Debemos de condenar este intento de tomar el poder por la fuerza en Burundi y desear que en breve, este país se libre del caos y la anarquía”, pontificó sin ningún rubor, el presidente togolés.
El mismo mandatario, que hace pocos días, se hizo elegir presidente para un cuestionado tercer periodo presidencial, desoyendo las multitudinarias muestras de rechazo popular contra esta postulación. El mismo mandatario, que tanto él como su padre, llegaron al gobierno mediante cruentos golpes de Estado, constituyéndose en una de las pocas dinastías familiares africanas, que tratan por todos los medios, de enquistarse en el poder.
Por otro lado, el anfitrión de esta “mini cumbre” de sátrapas, el presidente congoleño, quien lleva gobernado su país, más de 30 años, de los 55 que tiene de vida independiente, sin ningún atisbo de vergüenza, señaló en defensa del dictador Nkurunziza: “El presidente de Burundi, tiene todas las garantías constitucionales, para postular en las próximas elecciones, el Tribunal Constitucional de su país, ha dictaminado que la ley prevalece a la fuerza”, sin mencionar el camaleónico gobernante congoleño, que tanto la Constitución burundesa, como los Acuerdos de Arusha, que pusieron fin a la larga guerra civil, taxativamente solo permiten dos periodos presidenciales consecutivos, que ya los cumplió el presidente de Burundi.
Está demás decir, que esta solidaridad demostrada a favor del dictador burundés, por parte de estos dos cuestionados mandatarios africanos, obedece tanto a una identificación con el régimen autoritario y despótico que pretende imponer Nkurunziza en su país, como a la necesidad de crear una alianza implícita de defensa reciproca entre las actuales dictaduras africanas.