Mirarse al espejo de vez en cuando es bueno. Nos ayuda a conocernos y a reconocernos. Nos hace ver aquello en lo que debemos crecer y madurar. Otra cosa es dormimos viendo el espejo: no importa qué imagen nos creemos de nosotros. Lo grave es que nos perdemos todo lo que pasa a nuestro alrededor.
Nos lleva a vivir al margen de la realidad y del mundo tan rico que nos rodea. Este ha sido uno de los grandes pecados de la iglesia a lo largo de buena parte de su historia. Se ha mirado a sí misma; ha estado preocupada más por sí misma, por su crecimiento que por la humanidad que la rodea, por las multitudes que viven en condiciones infrahumanas. Y mirándose a sí misma ha perdido capacidad de mostrar la imagen de dios porque ha perdido capacidad de ver la imagen de los hombres y mujeres que sufren. Benedicto XVI escribía: » la iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad».
Pero con frecuencia nos hemos seguido mirando en el espejo. Hace poco decía el papa francisco: «evangelizar supone en la iglesia la valentía de salir de sí misma. La iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la justicia las de la ignorancia y presencia religiosa, las del pensamiento las de toda miseria». Como personas, como comunidades cristianas, como iglesia… estamos llamados a mirar hacia fuera, más allá de las fronteras, más allá de los horizontes a donde nuestros humanos ojos son capaces de ver. Entonces empezaremos a tener la mirada de dios, y con su mirada sus mismos sentimientos. Seremos capaces de aprender a escuchar, a acoger, a curar la vida de los que sufren
AUTOR: BIYANG