Los obsecuentes, mansos y rendidos al poder político florecen por todos lados. A veces hasta parece que salen de bajo de las baldosas. También como sapos desde sus cuevas. Obedientes, sumisos, dóciles. Hay empleados públicos que esperan ser premiados con un cargo superior.
También hay empleados judiciales capaces de pisar cualquier cabeza, y arrodillarse ante cualquiera para satisfacer al senador que mira su pliego. Individuos miserables que se han despojado de su dignidad, como el perro se sacude el agua cuando sale del río, sin prejuicios y sin advertir quién resulta perjudicado. Los aspirantes al Poder Judicial se han convertido en reptiles que se mueven con gracia, con la mejor intención de complacer al legislador, gobernador o intendente.
Tal como lo hace también la odalisca que busca una propina del viejo verde emborrachado y trasnochado. Luego de ello, los ciudadanos de pie subimos las escalinatas de los tribunales, en búsqueda de justicia. Le decimos Su Señoría, al hombre o la mujer del estrado judicial. Escuchamos atentamente los argumentos del señor fiscal, que acusa al hombre sin fueros.
¿El acusado no tiene fueron parlamentarios o ejecutivos? Pues es un delincuente entonces. Merece ser encerrado en una unidad carcelaria del distinguido y excelentísimo Servicio Penitenciario Federal, para que se le proporcione alojamiento digno y un tratamiento penitenciario que lo recupere para la sociedad y le haga reflexionar sobre el delito que ha cometido y la deuda que tiene con la comunidad y el estado argentino. Pero si el acusado tiene fueros, hay que ir articulando y negociando su ingreso a una lista para las próximas elecciones, desde ahora.
Hugo Lopez Carribero Corresponsal en Buenos Aires