Quizás uno de los efectos más amargos y deprimentes de la crisis social de nuestro país, tan pródiga en torturas, es la manera como desmonta y envilece a los portadores de la espiritualidad (nuestros intelectos), incapaces en ella no sólo de cumplir su cometido,, sino también de guardar la debida compostura, moral y eticamente.
Y así, vemos conforme la general situación de crisis social, se agudiza en Guinea y se producen en él tensiones extremas, cómo los llamados intelectuales, victimas al parecer de una fatalidad inexorable de las dictaduras, pierden los caminos del mundo, con comportamientos infantiles y hasta, con frecuencia, el respeto que así mismos se deben, arruinando con ello el poco crédito que les queda-precario siempre y ya en plena declinación.
Creo que el fracaso de la intelectualidad en la crisis de nuestra guinea es un hecho evidente, que sería demasiado penoso ilustrar con ejemplos y detalles. Como también me parece bien perceptible aun cuando casi siempre carezca de expresión pública muy deficiente, la reacción social frente a ese fracaso: acerba, de hostilidad virulenta, excesiva, desproporcionada.
Pues al igual que los intelectuales han sido muchos por no decir todos, se han mostrado incapaces, y, por cierto, con una incapacidad de efectos inmediato, directos y perceptibles para con los problemas de nuestra sociedad, el resto de los mortales de la guinea ni se inmutan ni alguna aportación pueden ofrecer. Carencia de liderazgo.
Pero hay también en ese furor una especie de sanción de tipo moral contra el pecado de soberbia de quienes se afirman frente a los demás de intelectuales; obsérvese cuánto engreimiento lleva implícito la propia palabra INTELIGENCIA, intelectualidad, que suena casi como a una ofensa contra el género humano, y en la que reluce algo del viejo mito satánico, algo de establecimiento y afirmación social de la prepotencia del mal.
Soy el mejor economista de toda Guinea, que si tengo tres carreras y soy el mejor profesor del mundo bla, bla, bla, deja que seamos los demás mortales los que elijamos a nuestros dioses para alzarlos o elevarlos en el mismo olimpo el de los dioses, nuestros dioses, los de guinea
Lo que principalmente hay, es la angustia, angustia y defraudación, un implacable sentimiento de abandono, porque la intelectualidad de que se guarda la palabra, salvación y el consuelo, el liderazgo, la guía en el laberinto y la clave de nuestra libertad, se derrumba, también ella, en el momento de mayor necesidad, se muestra incapaz, incapaz hasta la desesperación; a la hora en que se le pide que haga honor al crédito que con tanta presunción había recabado, porque el mundo se ha hecho ininteligible, sólo ofrece, cuando más, el gesto de los brazos cruzados, mudos, bajo una noble faz dolorida y, en la mayoría de los casos, el gesto acucioso de los innobles afanes, actitudes de bellaquería chocante (insultos a todos aquellos que no se alinean a sus ideas). Y entonces se grita la desilusión en denuestos.
Autor: Un simple ciudadano de a pie