No confidence, No hope…

No confidence, No hope…

Por: Sir Lucky Dube

CIUDADANO Y COMUNICADOR

“No me preocupa que me hayas mentido, sino que ya no volveré creer en ti”. 

– Friederich Nietzche –

Hace unos días, desgraciadamente, comprobé algo que en realidad ya sospechaba, y que probablemente no quería terminar de admitir. De los grandes males que deja, o que dejan las dictaduras, uno de los más nocivos es la desconfianza. Reconozco que me encanta debatir, en el sentido productivo de la palabra, pues entiendo que es una buena vía de aprendizaje. También reconozco, que me gusta llevar razón, argumentos mediante, nunca por imposición o condescendencia, sabiendo que opinar y tener razón son cosas distintas. Y finalmente, reconozco que en este caso concreto no llevaba razón, al menos parcialmente. Un amigo, al que tengo por hermano, me hizo entender, queriendo o sin querer, que los guineoecuatorianos, somos un caso perdido, en referencia a la desconfianza que nos tenemos los unos a los otros.

Sin título

En un artículo anterior, hablando de nuestra educación, confesé que desgraciadamente para mí, no soy un gran conocedor de buena parte nuestras tradiciones, ni de los valores y las costumbres que marcaban la vida de nuestros antepasados; pero a pesar de esto, siempre fui curioso y siempre intenté, en la medida de lo posible, preguntar, escuchar y aprender de lo que decían mis mayores, especialmente de mi padre, hombre conservador donde los haya. El caso es que siempre me hablaron de la solidaridad, la hermandad, la reciprocidad, la búsqueda del bien común, etc. Incluso recuerdo que se destacaba éstas cualidades como elementos diferenciadores del hombre guineano y africano, respecto de otras culturas.

En el episodio que me tocó vivir, no estábamos hablando de política, ni muchísimo menos, aunque hay quien dice que la política lo impregna todo; estábamos hablando de cotidianidades. Él –por mi socio– sostenía que en la actual Guinea Ecuatorial, no es conveniente y/o recomendable mostrar demasiada amabilidad, hermandad o solidaridad hacia los demás, porque esto puede devenir en excesos de confianza, oportunismo o intereses ocultos, aquello de dar la mano y que te acaben cogiendo el brazo. Reconozco que mi amigo tenía razón; es más no me inquieta en lo absoluto que la tuviera. Tan es así, que lo que me motiva a escribir éste artículo, es la lección subliminal, si se me permite la expresión, que deja su reflexión. Es decir, no hay que acercarse, ni dejar que se acerque mucho nadie, porque todos son, o todos somos, potenciales oportunistas, chivatos, desleales, conspiradores, infieles, ingratos, traidores o delatores. Es más, yo mismo sé de incontables casos reales (y seguro que vosotros también) de gente que ha sufrido torturas, encarcelamientos e incluso muerte, porque confiaron y acabaron siendo traicionados… Mi socio tiene razón, pero me apena que la tenga, porque eso evidencia que somos de un país donde la envidia es virtud; eso evidencia el cainismo y la vileza de nuestra sociedad.

Sinceramente, ahora mismo no se me ocurren muchas soluciones para este problema de la desconfianza. Creo que estoy tan apenado, que no tengo ni ganas de pensar en aportar solución alguna… aunque en algún rincón recóndito de mi ser, sigo albergando la idea de que vale la pena seguir luchando, seguir creyendo, seguir confiando o volver a confiar. En ese sentido, y a riesgo de parecer repetitivo, creo que la clave está en la educación. Sobre todo a los niños, que son la siguiente generación, hay que enseñarles lealtad, fidelidad, decencia y sentido del honor. Hay que mostrarles, con hechos y predicando con el ejemplo, que aún hay gente en la que confiar, que hay gente por la que apostar… creo que allí –en educar a los niños– tenemos el último halo de esperanza, si es que aún queda esperanza. También creo que en mitad de la vileza y la violencia humana, en mitad de la crueldad, de la podredumbre, siempre hay alguien que justifica la condición humana, siempre queda un justo en Sodoma. No sé, igual no son buenos tiempos para decirlo, pero yo necesito creer eso, porque en caso contrario ¿de qué sirve nada de lo que hagamos en ésta vida?

Sin título

P.D.: Perdonad que el artículo trate sobre una vivencia personal. No tengo la menor ambición de ser noticia o de contaros mi vida, es claro que no interesa. Simplemente pensé que de ésta experiencia personal, se podían extraer conclusiones más o menos globales; o como mínimo extensibles al territorio de Guinea Ecuatorial, eso es todo.

Por cierto, Sin confianza, no hay esperanza… o algo así pone en el título.

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