Primera parte de la breve conversación de José Maria Massip con Saturnino Ibongo Iyanga antes y después de su intervención en la ONU y durante su estancia en el exterior. «POR PRIMERA VEZ, UN NEGRO AFRICANO HABLA EN ESPAÑOL EN LA O.N.U.»
Aquella fue su breve tarde de triunfo en su vida joven. Yo que lo conocía bien, porque me había hecho muchas confidencias al calor del hogar encendido de mi casa, en los fríos inviernos de Washintong, lo seguí con la mirada, cuando levantó de su escaño, en la inmensa sala de sesiones de la O.N.U, en Nueva York, blanca, dorada y azul, subió por el pasillo de la izquierda y se dirigió a la tribuna de oradores. Caminaba con su andar elástico y ágil, de tigre joven, de diplomático responsable, de político idealista e ilusionado, hacia el podio, debajo de la alta mesa presidencial, ocupada por el guatemalteco Arenales y el Secretario General U. Thant.
Desde aquel podio habían hablado los grandes de la tierra, los presidentes americanos, el Pandit Nehru, el Papa Pablo VI, los dirigentes soviéticos, los primeros ministros de las grandes potencias occidentales. Ahora iba a hablar el portavoz diplomático de Guinea Ecuatorial, a la cual España había concedido la Independencia el 12 de Octubre, de 1968.
La fecha era el 12 de noviembre del año pasado. El portavoz delegado era Saturnino Ibongo, de 30 años, un negro de Rio Muni, alto, consciente del mundo que lo rodeaba. Vestía un traje oscuro, bien cortado, con corbata gris. Había estudiado en la Universidad de Navarra y terminaba un curso de Derecho Internacional en la Universidad neoyorquina de Columbia. Se había preparado incansablemente para los puestos que pensaba le exigiría su patria independiente. Había analizado el complejo mundo de las Naciones Unidas.
Había leído innumerables dictámenes y resoluciones del Comité de Descolonización. Había discutido en Madrid. Había participado en todas las sesiones y debates sobre la independencia de Guinea Ecuatorial. Había absorbido todo el drama de su pequeño país en el contexto de sus reivindicaciones independentistas con la que llamaba “Potencia administradora”, es decir, España miembro de las Naciones Unidas.
En sus diálogos íntimos conmigo, Saturnino Ibongo un negro de alma blanca, me contaba su pasado, el de su familia, el de un abuelo en una plantación en Rio Muni, jefe de su tribu, con cuarenta mujeres. Lo hacía con una sonrisa tierna y comprensiva y levantaba una mano larga y delgada en un gesto de perdón. Aquella era la vida de sus calientes tierras de Rio Muni, en las haciendas y en los bosques donde apareció, un día, el famoso gorila blanco del parque zoológico de Barcelona.