Cuando hace once años ocurrió la tragedia del Prestige, me dije: «Ahí va una palabra -prestigio- que ya no volverá a sonar bien en boca de nadie. Prestigio es, según el diccionario, sinónimo de respeto, reconocimiento, consideración, reputación. Sin embargo, a oídos de un gallego, es sinónimo del peor desastre medioambiental sucedido en nuestra tierra.
Lo malo es que no ha quedado ahí. La «justicia», que desde hace unos años ha perdido el derecho a aparecer en mayúsculas y ahora incluso a aparecer sin comillas, ha decidido que no hay ningún culpable, a pesar de que la catástrofe hubiese ocurrido por culpa de malas decisiones políticas. Sí, políticas. Puede ser que los expertos no se pusiesen de acuerdo en qué se debía hacer en aquel momento con un barco que se hundía e iba cargado de petróleo.
Los que gobernaban en España y en Galicia en 2002 son los mismos que gobiernan hoy en ambos territorios. Su decisión no fue técnica, sino un lavado de manos. Vamos, que lo que querían era quitarse el muerto de encima. Alejarlo lo suficiente para que el problema se trasladase a otro país. Todos conocemos el resultado. Muchos fueron los voluntarios de toda España que vinieron a limpiar la costa gallega y que se desesperaban al ver que cada ola ensuciaba en segundos lo que acababan de limpiar después de muchas horas de esfuerzo.
Ningún culpable. Esa es la decisión judicial. Ni siquiera los propietarios del barco ni su aseguradora. Los gallegos que perdieron sus medios de vida por la catástrofe y tuvieron que pedir créditos para sobrevivir, ven como sus penurias van a continuar porque no recibirán compensación económica. Si no hay culpables es que no hubo delito.
¿Está diciendo el señor juez que la catástrofe no ocurrió? ¿Nos está diciendo que, en verdad, eran sólo hilillos de plastilina, como insinuó el señor Rajoy, cuando ya no pudo seguir negando el derrame al verse en todos los noticieros del mundo las imágenes del petróleo fluyendo del interior del buque? ¿Será que al juez le parecieron fiables las palabras de la actual alcaldesa no electa de Madrid, la señora Botella, que decía que el único culpable era el barco?
Pero, sí, hay un culpable: el capitán. Lo han condenado a prisión por el «delito» de negarse a acatar órdenes, absurdas a todas luces (a los hechos me remito, ya que las órdenes que pretendió desobedecer fueron las de alejar el barco de la costa). Todos los medios de comunicación extranjeros se preguntan por qué no fueron imputados ni juzgados los verdaderos responsables de la catástrofe. No sólo no han sido juzgados sino que casi todos ellos han ascendido en la carrera política. ¿A qué personajes me refiero? Aquí los tenéis:
Desde la sentencia de ayer, tengo una gran variedad de sentimientos: impotencia, rabia, tristeza; pero, sobre todo, vergüenza. Precisamente, el primer antónimo de Prestigio que aparece en el diccionario. Prestige es desde ahora sinónimo de vergüenza en esta esquinita del mundo llamada Galicia.
Por: Rosina Iglesias