Sir Lucky Dube
CIUDADANO Y COMUNICADOR
«Without commitment, you’ll never start; but more importantly, without consistency, you’ll never finish.» —Denzel Washington.
Puesto que opino que los pueblos, casi siempre, tienen los dirigentes que se merecen –hasta que demuestren que han dejado de merecerlos–, alguna vez me gusta tomar nota mental de las opiniones de mis connacionales cuando me los encuentro por esos mundos de Dios, a fin de comprobar si nuestro sentido común va cambiando o si, por impasible, permanece cómplice del estado actual de las cosas. Con ese ánimo, hace poco formé parte de unos debates que me permitieron pulsar el sentir de algunos guineanos en relación a la Guinea Ecuatorial pasada, presente y futurible. Obviamente, conversando con unas cuantas personas no se recoge una opinión representativa de todo un país, sobre todo teniendo en cuenta la diversidad de sensibilidades e intereses que residen en cada opinante. Siendo consciente de ello, salí de los debates con al menos dos constataciones. En primer lugar, por razones afectivas de cercanía tribal o regional, por nostalgia de un pasado que pudo ser pero que finalmente no fue, por desconocimiento del imaginario colectivo que impera actualmente en el país, por puro y simple –aunque legítimo– deseo de que sea éste o aquél el futuro presidente, o por otras razones todavía menos razonables, muchos guineanos seguimos a la espera de liderazgos mesiánicos, sin tener en cuenta los procesos a través de los cuales un líder acaba, o debería acabar, mereciendo ser considerado como tal. En segundo término, sospecho que la mayoría no tenemos la menor idea que cómo hacer el tránsito de nuestra dictadura a un escenario que acabe propiciando un camino que nos encamine –permítaseme la redundancia– hacia una democracia, o hacia algo que se le parezca. No sabemos ni siquiera de forma somera los elementos que han de confluir para que suceda lo que se supone que todos deseamos que suceda en nuestro país. Y todo eso nos lleva a confundir muchas cosas: medios con fines, deseos con realidades… viaje con destino.
Por una cuestión de justicia, de higiene democrática y de dignidad de país siempre abogué por la ruptura antes que por la reforma, quiero decir con esto que una Guinea en proceso de democratización no puede contar –y esto me parece una obviedad– con el concurso de Obiang ni ninguno de sus lacayos más afines. Dicho esto, y a efectos de pasar del irrespirable status quo actual a un estadio con más respiraderos, considero fundamental que ciudadanos y oposición, nos centremos en alterar o, cuando menos, igualar la correlación de fuerzas que ahora mismo favorece a Obiang. Recordemos que hacer política es, básicamente, disputar y aglutinar poder; luego ese poder se ejercerá de forma democrática o absolutista, pero no hay que perder de vista que la política va de alcanzar y conservar el poder. Y actualmente Obiang controla todo el poder en Guinea: dinero, armas, ejército, mercenarios, iglesia, medios de comunicación, etc. Obiang también cuenta con la connivencia –por acción u omisión– de actores internacionales y de una parte importante de la población. Y esto último hemos de tenerlo claro, para no llevarnos a engaño. Por miedo, ignorancia o conformismo; por intereses personales, o por falta de códigos morales y éticos; por ambición, codicia o estupidez; por falta de estímulos, ausencia de liderazgos o carencia de referentes; por hambre, miseria o necesidades básicas insatisfechas, sean cuales sean las circunstancias subjetivas de cada uno, es un hecho objetivo que el comportamiento de la mayoría de los guineanos favorece la perpetuidad del régimen; lo que hacemos y lo que no hacemos, lo que decimos y lo que no decimos influye en la continuidad de la dictadura. Nosotros en última instancia hacemos posible la actual correlación de fuerzas. Así están las cosas y así hay que reconocerlas.
Por lo tanto, el primer paso del proceso consiste en dar con la fórmula que conecte a políticos con ciudadanos. Los que se dicen líderes de la oposición deben cambiar en forma y contenido sus acciones y su discurso; y los ciudadanos debemos empezar a considerarnos parte vital del proceso. Por muy nobles que sean sus intenciones y por muy brillantes que sean sus facultades, un líder se queda en nada si no cuenta con gente –dotada de sentido crítico, eso sí– que le siga, le apoye y expanda su argumentario. Del mismo modo, los pueblos necesitan de referentes que actúen como catalizadores de sus aspiraciones y exigencias; los pueblos precisan de líderes capaces de guiar, y de afrontar desafíos de cada periodo. Y los ciudadanos, desde nuestras cómodas zonas de confort y resguardo, no podemos seguir en el error de fiar nuestros anhelos de libertad a una oposición tan debilitada, esperando que nos resuelvan los problemas y denostándolos cuando, por errores propios y ajenos, se revelan incapaces de resolverlos. Hay que apoyar la labor de la oposición desde organizaciones civiles, practicando activismo social y utilizando las herramientas a nuestro alcance hasta conseguir conformar una masa crítica (cantidad mínima de personas necesarias para que se produzca un fenómeno concreto; una cuantía de gente capaz de dotar al proceso de una dinámica propia, creciente e irreversible). En este punto, mención especial a nuestros intelectuales around the world. Si el régimen tiene definidos a los suyos, cabría esperar que los intelectuales de la resistencia no se escondan y asuman su rol de señalar el camino, de enseñar a pensar.
Queda claro, supongo, que el apoyo del pueblo es lo único que puede permitir a políticos y ciudadanos disputar el poder a Obiang y alterar la correlación de fuerzas. Un ejemplo reciente es Gambia: una oposición unida, sostenida por un pueblo organizado, consiguió que los militares retiraran su apoyo a Yahya Jammeh (sin olvidar que Senegal envió efectivos militares), y fue así, a grandes rasgos, como cayó la dictadura en Gambia el año pasado. De modo que sólo una oposición política sustentada por una mayoría social suficiente obligaría a Obiang a huir, exiliarse o sentarse a negociar en serio y pactar una salida. El cómo es lo de menos, lo importante es que se vaya.
Con Obiang derrocado, el siguiente paso sería abrir un PROCESO CONSTITUYENTE, que es el proceso fundacional de un estado democrático. Para el caso particular de Guinea, considero que durante este periodo debería operar un gobierno (transitorio) de unidad nacional. Pluriétnico, polifónico, no identificado con ningún partido o sensibilidad política e integrado por quienes, junto con la mayoría social –la masa crítica de la que antes hablaba–, hubieran dejado a Obiang fuera de circulación. Cabe decir que la propia inercia de un proceso de esta naturaleza suele producir líderes naturales; éstos pueden surgir, por ejemplo, de organizaciones sociales implicadas en el proceso o de miembros independientes de la propia sociedad civil que hubieran destacado especialmente por su activismo, valentía, brillantez intelectual, audacia o cualquier otro tipo de aporte en pos de la consecución de los objetivos marcados. Por esa razón, el gobierno de transición del periodo constituyente debería contar también entre sus integrantes con miembros procedentes de la sociedad civil.
El papel del gobierno de transición sería, a grandes rasgos, aportar estabilidad política y atender necesidades básicas urgentes. El otro órgano clave sería la asamblea constituyente, que tendría la misión de redactar la Constitución que será el marco jurídico principal del nuevo Estado de Derecho. La constitución básicamente separará en origen los poderes del estado y representará/garantizará derechos humanos, civiles y políticos del ciudadano. La asamblea estaría formada por los guineanos más duchos en materia jurídica y legislativa, en su caso, coadyuvados por expertos foráneos… En definitiva, durante el periodo constituyente se sentarían las bases jurídicas y organizativas en virtud de las cuales funcionaría el país: leyes electorales, competencias y límites de partidos políticos, independencia de prensa y órganos judiciales, separación iglesia-estado, etc.
Actualmente en Guinea no funcionan ni la Administración Pública, ni la Jefatura del Estado, ni las Cortes, ni la Judicatura, ni el Ejército. No funciona nada. Somos un despropósito de país en ese sentido. Por lo que, teniendo en cuenta que el país no tiene una sola institución sobre la que pudiera apoyarse un gobierno primerizo, un proceso constituyente se revela como un periodo para instaurar unas instituciones; arrancar los motores de capas profesionales y estamentos sociales diferentes. Es un periodo que serviría para poner el país en marcha, para cimentar, para poner bases sólidas a partir de las que progresar. En un país en el que ninguno sabemos lo que es montar una democracia y en el que todos, de un modo u otro, seríamos aprendices, el periodo de transición serviría para que los ciudadanos empezaran a interiorizar conceptos como: Libertad, Justicia, Tolerancia, Seguridad, Sindicatos, Solidaridad, Igualdad ante la ley, Dignidad, Virtud, Imperio de la ley, Meritocracia, Derechos, Deberes, Servicios sociales, Libertad de pensamiento, expresión y reunión, Confianza, Respeto o Búsqueda de la felicidad. Ese periodo de libertad constituyente serviría para que éstos y otros conceptos empezaran a formar parte de nuestras experiencias diarias y se fueran instalando en nuestro imaginario colectivo. En ese sentido, el gobierno transitorio y la asamblea constituyente, compartirían la labor de explicar e informar de forma periódica a la sociedad las decisiones que se van tomando y las razones que las motivan, en aras de dotar al común ciudadano de herramientas de reflexión, análisis y crítica; pues debe servir también este periodo para empezar a construir una sociedad manifiestamente crítica y exigente con sus dirigentes, de modo que los pilotos políticos de la transición no tengan la tentación de alargar ese periodo en demasía. Que no tengan la tentación ni la oportunidad de instaurar otra dictadura.
La última fase del proceso se produciría cuando, al acabar de redactar la nueva Constitución, ésta se sometería a un referéndum popular vinculante. Acto seguido se disolvería el gobierno de transición y se convocarían las primeras –o las segundas, después de las de 1968– elecciones libres, dando por finalizado el periodo o proceso constituyente, cuya duración, dicho sea de paso, calculo en torno a unos tres años. Esas elecciones, huelga decir, se celebrarían con arreglo al nuevo marco jurídico establecido y en ellas se presentarían todas las opciones políticas que así lo deseen.
Según se va acabando la página, no puedo evitar la sensación de que más que un artículo de opinión (subjetiva) he pintado el cuadro de Alicia en el país de las maravillas. Nada más lejos de mi intención. No soy ingenuo y no creo que ustedes lo sean. Es evidente que el proceso que someramente acabo de describir no estaría exento de obstáculos, reveses, altibajos y contradicciones. La dictadura que tenemos en frente tiene casi cuarenta años de experiencia en el hijoputismo y la represión. No cederán fácilmente. Querrán poner difícil y vender cara su derrota. Incluso puede que traten de morir matando, tanto literal o como figuradamente. Pero ese es el precio de la Libertad. Nadie dijo que fuera fácil.
Somewhere in South Africa
Sir Lucky Dube
¡One Love!
XXVII/IV/MMXVII
P.D.: Aunque somos una pieza poco importante en el ajedrez geopolítico global, sé que quienes tengan intereses en Guinea, guste o no, tendrán algo que decir en un sentido o en otro… Pero no hago mención explícita de factores externos porque este artículo, como digo al principio, surge de unos debates en los que participé junto con otros guineanos, y he querido hablar del asunto, grosso modo, únicamente en clave interna.
1 Comment
Hoy, la gran mayoría de guineo-ecuatorianos espera y confía que otra Guinea Ecuatorial sin Obiang y su familia sea posible. Esto es lo que soñamos todos los que hemos sufrido en carne propia los horrores del régimen: muertes, asesinatos, arrestos arbitrarios, violaciones, corrupción, mala gobernanza, nulo sentido de lo público, ausencia de todo tipo de libertades, …
En efecto, como dices, es más que evidente que «el apoyo del pueblo es lo único que puede permitir a políticos y ciudadanos disputar el poder a Obiang». El pueblo necesita líderes fuertes y comprometidos con la causa. ¡No más Obiang! y ¡sí a la democracia! Esta es la consigna de todo guineo-ecuatoriano decente y doliente.
Por otro lado, nos parece fundamental lo de que si el régimen tiene definidos a sus «intelectuales», cabría esperar que los intelectuales y líderes de la resistencia no se escamoteen ni se acobarden y asuman su «rol histórico» de señalar el camino, de enseñar a pensar. A fin de que, poco a poco, nuestro imaginario colectivo se vaya nutriendo y enriqueciendo; de modo que, para nosotros, deje de ser «tabú» poder hablar de respeto de los derechos humanos, de libertad, Justicia, tolerancia, imperio de la ley, libertad de expresión, etc.