El 23 de agosto de 2024, Diario Rombe destapó un escenario alarmante: la llegada de mercenarios del temido grupo Wagner a Malabo, capital de Guinea Ecuatorial. Estos soldados rusos, fácilmente identificables por sus uniformes con la bandera de Rusia, representan una amenaza directa para una nación en crisis, que cuenta con menos de 2 millones de habitantes. Sumida en una debacle económica sin precedentes, el país enfrenta ahora la pregunta más inquietante: ¿quién financia esta operación mercenaria?
La misión de Wagner es clara: proteger a Obiang, su familia y asegurar la transferencia del poder a su hijo, Teodoro Nguema Obiang Mangue. Han desplegado sofisticados sistemas de telecomunicaciones para interceptar cualquier indicio de rebelión dentro de las fuerzas armadas y la población, bloqueando así cualquier amenaza a los planes de sucesión. Fotografías verificadas por Diario Rombe confirman la presencia indiscutible de estos mercenarios.
El 8 de septiembre, otro grupo de mercenarios rusos desembarcó en la región continental de Guinea Ecuatorial. Testigos aterrados relatan haber visto a estos soldados descargar armas pesadas en el puerto de Bata, en medio de medidas de seguridad impenetrables. «Los rusos tenían el control absoluto del perímetro», declararon. «Nadie podía acercarse, su organización era milimétrica y escalofriante».
Desde su llegada, la región continental ha sido testigo de un aumento drástico en los controles militares. Mercenarios encapuchados y armados hasta los dientes patrullan cada rincón de Bata, actuando como si la ciudad estuviera bajo su total dominio. «Los vemos todo el tiempo, comprando en supermercados, pero siempre vigilantes, observando cada movimiento», cuentan los residentes, bajo una nube de miedo y tensión.
El problema no se detiene ahí. Durante décadas, Guinea Ecuatorial ha estado bajo la influencia de instructores militares franceses, israelíes y asiáticos, todos con intereses estratégicos en la región. Han entrenado a las fuerzas armadas guineanas bajo la supervisión del régimen, manteniendo un equilibrio de poder. Pero la llegada de Wagner apunta a un objetivo mucho más oscuro: garantizar la continuidad de Teodorín en el poder a cualquier costo. Esto resulta particularmente irónico, ya que han sido los propios instructores franceses y estadounidenses quienes han mantenido a Obiang en el poder, permitiéndole ejercer un control dictatorial sobre la población.
La intervención de Wagner y la creciente presencia de instructores chinos, que muchos creen son la avanzada para establecer una base militar china en Guinea Ecuatorial, han provocado una ruptura peligrosa en las relaciones del régimen de Obiang con sus principales socios occidentales, como Francia y Estados Unidos. Estos países, que durante décadas han ofrecido apoyo militar y político, ahora ven cómo el régimen de Obiang da un giro hacia Bielorrusia y Rusia. Ante la caída de los ingresos petroleros y la profunda crisis económica, Obiang está dispuesto a sacrificar sus alianzas históricas con Occidente para garantizar la protección militar y la sucesión dinástica de su hijo.
Este cambio radical no sólo desestabiliza las relaciones internacionales de Guinea Ecuatorial, sino que agrava el clima de represión interna. La militarización del país, liderada por mercenarios extranjeros, ha puesto a la población bajo una vigilancia sin precedentes. El régimen se blinda con la protección de Wagner, mientras los intereses chinos avanzan bajo la sombra de una intervención extranjera cada vez más evidente. En este oscuro escenario, el futuro de Guinea Ecuatorial parece estar sellado por la corrupción y el dominio absoluto de una dictadura dispuesta a todo para perpetuarse en el poder.