CRÍTICA DE LA “CRÍTICA A LO AFROESPAÑOL”
REPENSANDO EL MUNDO MARRÓN EN ESPAÑA
por CARLOS MONTY
“A mí parecer somos las criaturas más hermosas del mundo. Nosotros los negros”. Este salmo elegíaco de la negritud lo profiere Beyoncé Knowles en cuanto empieza sus confidencias en su recién estrenado y exitoso documental para Netflix “Homecoming”. Es un hilo directo con el pensamiento nacionalista negro de William E.B. Du Bois a principios del siglo XX. No es una sospecha. Pocos minutos de metraje después lo nombra explícitamente. Efectivamente, en el movimiento “Black Lives Matter” hay mucho de aquel supremacismo negro intrínseco a las propias cualidades de la raza, que convirtió a aquel académico elitista de Harvard nacido libre, en un “neo-gobiniano” ario pero al revés, al punto de quedarse aislado al final de su vida y romper lazos con la poderosa NAACP que contribuyó a fundar.
Sin embargo, probablemente debido a la influencia de las corrientes negras estadounidenses, hay muchas huellas de ese pensamiento nacionalista negro que prioriza la reafirmación racial sobre la lucha frontal contra la segregación, que pueden reconocerse en los argumentarios actuales de la llamada “afroconciencia” en España, desde el uso frecuente del recurso a los espacios “seguros” o excluyentes, el retorno del debate sobre el rechazo a las parejas interraciales que ya dividió a la comunidad negra española a finales de la década pasada (sobre todo en Madrid), la endogamia de muchos de sus activistas, o la ausencia de autocrítica pública, porque eso debilita la imagen externa de su mensaje reivindicativo.
En el marco de acompañamiento que a “los blancos españoles” nos corresponde en el proceso de reconocimiento público de “lo negro” en España, habría sido considerado una intromisión ilegítima entrar a fondo para hacer el papel de “Pepito Grillo”. Ha habido que esperar a que sea alguien “de los suyos” quien diera la voz de alarma, para abordar en público una reflexión sincera sobre hacia dónde va lo “afroespañol”, aunque solo sea porque “podría ser interesante y divertido “decir la verdad”, afirma el escritor ‘ndowe’ Edjanga Divendu Jones Ndjoli, desde su serie de reflexiones sobre racismos e identidades en la plataforma “Medium”. Y Edjanga sabe de qué habla. No sin razón es hermano de la cantante y actriz Astrid Jones y ex pareja de la muy conocida periodista, Lucía-Asúe Mbomío, uno de los rostros más populares y recurrentes del afroactivismo español en la actualidad.
En su “Crítica a lo Afroespañol” (Crítica a lo “afro-español”), Edjanga Jones se atreve con una insólita sinceridad a cuestionar la evolución del activismo cultural afroespañol, poniendo directamente en solfa a populares nombres de esa comunidad como la propia Lucía, Desireé Bela-Lobedde, la revista digital “Afroféminas” a la que acusa de publicar artículos llenos de odio, el cineasta y cantante Sergio Aparicio “Okobe” o al rapero y presentador de TVE, El Chojin.
Escribe el autor: “La afroespañolidad se presenta para mí desde algunas aportaciones como una forma de buscar afecto, reconocimiento y empatía. Pero a veces de una forma incluso autoritaria, se envían señales a esa “pseudo mayoría blanca” de que tiene que escuchar, de que no son abiertos de mente, que son torpes y que hacen daño constantemente y que como obligación tienen que cambiar”, para acabar cuestionando que cuando denuncian constantemente cómo les es negada su españolidad, recurren a referencias culturales y estereotipos que en realidad les son ajenos (empezando por los afroamericanos y la imaginería africanista) y concluir que: “en realidad lo que yo veo es que están pidiendo permiso para ser reconocidos. Porque ni ellos mismos se creen ser españoles, y necesitan que se lo digan” para reclamar que “en una crisis social, económica y política como la que ha habido y hay en los últimos años en España, no he escuchado a ninguna voz negra decir nada, ni aportar nada sobre esta crisis. Parecen que están esperando a que les den permiso a hablar.”
Más allá de que esta voz autorizada ponga los puntos sobre las íes sobre aspectos que ya nos habían llamado la atención en la progresiva visibilización de la comunidad afroespañola en estos últimos años, en tan solo 5, hemos visto como cada periódico tiene ya sus propios colaboradores regulares afroespañoles, existe un torrente permanente de publicación de libros “porque tenemos que contar nuestras propias historias”, se multiplican talleres e iniciativas como las de Matadero o FCAT, y a diferencia de otros colectivos racializados, “lo negro” vende hoy día en España al punto de empezar a considerar que, al menos en redes sociales, ya existe una cierta constelación de “Black Celebrities”, por más que Lucía Mbomío me lo negara hace menos de un año. Lo suficiente para preguntarse de una vez en público, hacia dónde camina esa presencia emergente en el panorama cultural y político español.
Sobre todo, cuando es el propio autor quien cuestiona si se puede construir una comunidad afroespañola solo denunciando el racismo.
Edjanga Jones, en otra de sus entradas “Racismo en el Siglo XXI” niega la existencia del llamado “privilegio blanco” (construcción de las teorías decoloniales) para sustituirlo por “miedo blanco”, que tilda de “profundo, cobarde, que no quiere abordar problemas, que se desliga fácilmente de todo, que piensa que lo sabe todo y no sabe nada, que teme perder su trabajo, su dinero, que ve a cualquiera como un potencial peligro para su existencia” pero se pregunta “¿Si el racismo es estructural e institucional, por qué algunos se enfocan en decir a cada persona que es lo que tiene que hacer?”
Y denuncia la hipocresía de su propia gente cuando afirma: “Lo curioso es que hay muchas personas negras que se sienten muy cómodas en este espacio, que para mí es un nuevo espacio de opresión, donde se supone que se cede “voz” cuando es más desinterés y prejuicio. Nos sentimos protagonistas de un lugar, donde en realidad a la otra parte, la parte blanca, solo busca por curiosidad o redención”, para terminar lanzando un guante al exigir un necesario diálogo entre todas las partes implicadas, en lugar del argumentario habitual de la endogamia afroconsciente.
Y es aquí, donde da entrada a reflexiones como ésta. Sí, soy blanco. Y durante un tiempo he guardado silencio sobre cómo ha evolucionado el pensamiento afroconsciente en España. Viendo pasar a unos y crecer a otros. Ayudando desde donde podía a que se visibilizaran, quedándome en un segundo plano porque los blancos ya habíamos hablado demasiado tiempo en nombre de los negros y era su hora de escuchar su voz propia, y la cosa era acompañar y no protagonizar. No le tocaba a un blanco cuestionar públicamente hacia donde van los destinos negros en España. De haberme adelantado a Edjanga Jones, hubiera dado pie a muchos de los mantras que llenan el discurso afro de fin de década: Fragilidad Blanca, White Tears y otras consignas aprendidas que se usan habitualmente para impedir cualquier disonancia con el discurso oficial. Cero autocrítica en público.
Pero antes de que digáis nada, como Eminem en “8 Mile”, lo digo yo. Alguien ha tirado el guante, reclamando con razón que los blancos españoles son cobardes porque miran para otro lado y no recogen el envite que desde las comunidades negras se lleva años lanzando a la sociedad española, esa que solo se resume ahora en esa “visibilización” como ejemplo de maldad racista cuasi genética. Y yo proclamo que no es verdad. Que hay un mundo marrón que no sale en ese retrato, en nombre de quien yo hablo. Que se ha fundido, o quiere fundirse o quiere aprender a fundirse en un mundo mestizo, aunque solo sea porque es el signo de los tiempos. Que estudia y aprende de otras culturas, que las celebra y comprende que no son las suyas, pero sabe que le aportan, que convive y se relaciona, incluso íntimamente, con hombres y mujeres de otras procedencias y sus problemáticas.
Que está detrás de muchos proyectos de esas emancipaciones raciales (en la cultura, en la política, en las asociaciones de barrio) sin pretender protagonismo. Que se implica personalmente hasta jugarse la vida en la Frontera Sur, como Helena Maleno o José Palazón. Que se manifiesta por el cierre de los CIES (donde sigue habiendo muchos más blancos que racializados), que se enfrenta en los colegios a otras madres y en las redes a los ‘trolls’ racistas, que acude tanto o mas que los interesados a los eventos donde se reivindican las otras identidades. La gente blanca que cree en un futuro marrón y mestizo como riqueza común y natural, que apuesta por el “Brown World”. La misma que es ninguneada y ocultada sistemáticamente por el discurso oficial actual de la Afroconciencia, con el argumento de “nosotros primero” por los siglos de los siglos de marginación y negación pasados.
Y con esa legitimación de que muchos también convivimos y nos sumergimos con esa realidad más allá de nuestro “privilegio” estructural, el debate que inicia Edjanga Jones, debe ir más allá en doble vía: nuestra indolencia y su arribismo, donde el punto de encuentro está necesariamente en esta piel de toro gobernada secularmente por el caudillaje feudal de monarcas y nobles de baratillo y chanchullo.
Porque el toque de atención de Edjanga Jones anuncia, pero deja sin abordar, puntos cruciales sobre el futuro de la afrocomunidad española como sujeto político, ahora que la primera fase de visibilización y reconocimiento parece ya puesta en marcha.
Aunque para eso, habría que preguntarse primero, cómo las referencias afrocentradas dominantes han pasado en España de Marcus Garvey a William Du Bois en tan poco tiempo, siendo polos opuestos en la historia del nacionalismo negro. A ello no puede ser ajena la arribada durante esta década del pensamiento decolonial proveniente de América, que pone por delante el relato marxista de la lucha de clases desde la perspectiva histórica del pasado colonial e imperialista español (y europeo en general), pero que diluye el pensamiento afro-centrado que había presidido la militancia panafricanista española en los años 90 y primera década de los 2000, con colectivos históricos como el Partido Panafricanista de Abuy Nfubea, Luis Alberto Alarcón y las juventudes de F.O.J.A., fieles seguidores de las teorías garveyitas.
Ahora la herencia panafricanista que se pretendía incluyente de la diáspora, ya no es la única en reivindicar visibilidad, reconocimiento y reparación. También están los colectivos de los pueblos originarios del Abya Yala (Latino-América). Y más recientemente los colectivos de identidades magrebíes, con el elemento añadido de la religión musulmana como instrumento político, además de la deuda histórica con el pueblo gitano.
En esa proliferación de diversidades reivindicativas, la irrupción de la “transversalidad” salida de las universidades estadounidenses, y su cruce con las estrategias de los feminismos más radicales (“el antirracismo será feminista o no será”), ha provocado probablemente ese endurecimiento que Edjanga calificaba de cuasi autoritario y culpabilizador del “Yo te creo” feminista, porque no me vais a contar a mí como es la realidad porque yo la sufro y vosotros desde vuestro privilegio paternalista, no. Axioma más que cuestionable cuando el discurso de la rabia, por legítima que sea, pretende convertirse en acción política, volando de paso casi todos los puentes de entendimiento con quien pudiera ser aliado en un inevitable “Brown World”.
Demonizar al blanco, sin distinguir al enemigo real y quienes encarnan la estructura opresora más allá de su color de piel, puede ser materia de consumo fácil entre los afines, y también entre cierta clientela blanca “asustada” en el sentido contrario a VOX, es decir ante su ignorancia y miedo a quedarse al margen de ese mundo marrón que ya está aquí con su complejo de culpa judeo-cristiana; pero construye poco tejido social común y ahuyenta a esa “pseudo mayoría blanca” a la que se pretende dirigir ese reproche moral y exigencia de cambio. Nada que ver con el trabajo educativo de campo de, por ejemplo, la actriz teatral Silvia Albert Sopale, llevando a los pueblos de la España profunda su contundente obra “No es país para Negras”, y debatiendo después con el público a campo abierto (gracias muchas veces a blancas y blancos en la sombra haciendo lo necesario para facilitar su presencia, todo hay que decirlo).
Y aquí llega realmente el punto clave que plantea Edjanga Jones: la automarginación política de todas estas reivindicaciones identitarias. Ya estamos en la fase de reconocimiento social, a la espera del institucional. Pero en un mundo lleno de lobbies como el de la política actual, donde nada se obtiene sin alianzas, la automarginación, como aquella de Afroféminas con las huelgas feministas de los últimos 8-M, ¿ayuda a conseguir ese reconocimiento institucional pretendido?
Algunos señalarán el ejemplo de la presencia decisiva de Pedro Zerolo en la ejecutiva del PSOE de ZP para la consecución de objetivos políticos del colectivo LGTBI. Y con ello, se justificaría la presencia de alumnos aventajados del influyente Profesor Antumi Toasijé, como el politólogo afrocolombiano Yeison F. García López en las listas de Podemos al Congreso por Madrid, como antes estuvo el veterano panafricanista Luis Alberto Alarcón en las listas de Errejón, derrotadas en Vista Alegre II.
Pero, ¿alguien podía creerse que figurar en el puesto 14 de una lista electoral donde el CIS le daba como mucho 6 escaños, suponía algo más que una mera presencia testimonial, como antes Rita Bosaho, que sí fue electa por Alicante, por más propuestas y proposiciones que hagan juntos?. Incluso por más legítimo y bien intencionado que sea, este figurar en listas sin posibilidad real de elección no pasa de un cierto personalismo poco o nada representativo. Y eso por no hablar de los afro-socialistas invisibles.
Si la comunidad negra española quiere contar en el futuro como sujeto político propio, como otros colectivos racializados, tal vez debería articular un proyecto común en el que implicar a amplias capas de la sociedad, no solo la suya propia, más allá de personalismos testimoniales, que obligue a redefinir las prioridades políticas de todos. Y eso será difícil de conseguir desde una óptica excluyente y basada en un argumentario de espaldas a la realidad común, que todos compartimos en este mundo cada vez más marrón.
*Carlos Monty. Periodista y Abogado de derechos civiles